" UN PUEBLO DE MUJERES CAP. 3
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NOVELAS CORTAS
VERSOS, VERSOS EN FOTOS, POESÍA, POETRY,
LA NIÑA FRANCISCA
La pequeña Francisca, de 4 años de edad, era simplemente testigo de todo lo que sucedía, ella por hallarse en sus primeros años, por fortuna, no era maltratada como su madre y el resto de mujeres mayores que ella conocía.
Su madre fue una de las afectadas de los últimos días, y al no haber nadie más, los gritos de la mujer hacían que Francisca se aturdiera al tratar de atenderla, pues por lo visto, la niña nunca hacía nada bien.
La pobre niña, entre lágrimas le pasaba a su madre todo lo que necesitaba, pero no podía aguantar lo traumante que era ver a su madre retorciéndose del dolor, con aquella fiebre tan aguda, que la mujer parecía estar agonizando.
No te mueras mamá… - decía la pequeña, mientras se arrodillaba frente a su madre, sin poder contener el llanto -.
- ¡QUÉ ME VOY A MORIR, NIÑA, SOLO ESTOY UN POCO ENFERMA! – gritaba la madre -.
La niña, ante tal reacción, simplemente puso cara de espantada, y se fue corriendo a su habitación.
Sus hermanos y su padre no llegaban, al parecer, iban a pasar en el bosque por largo tiempo. Francisca no tenía hermanas, era solo ella, la chiquita, tenía un aspecto tan mono, que cualquier otra persona la hubiera querido, cómo fue de injusto que tan adorable niña, fuera a nacer en aquel lugar, donde todo le parecía ser una equivocación.
No tenía más para jugar que un par de trozos de madera que se había olvidado su padre en casa, pues era carpintero, y todos en el pueblo lo buscaban, por su formidable forma de trabajar. Ella lo quería mucho, y también a su madre y hermanos, pero todos aquellos la veían con desprecio.
¡¿Por qué tuve que tener una hija mujer?¡ - decía el padre cada mañana, respondiendo de esa manera el gentil saludo de la niña -.
- Yo, que me burlaba de Dorian, por haber tenido a “la inútil” de su hija Lauria, y mira, por querer tener otro varón, terminé teniendo a ésta.
La niña bajaba la cabeza, y no comprendía el porqué de esas palabras, se le clavaban aquellas, como un puñado de estacas, en una misma herida que aún estaba abierta, pero a pesar de todo eso, quería muchísimo a su padre, y nunca se sintió menos, siempre supo todo lo que valía.
Durmió esa noche pensando en todo eso, pero durmió muy mal, porque aparte, escuchaba a su madre quejarse cada 5 minutos, no iba a buscarla, porque sabía que la mujer no estaba de humor, y que le iba a gritar como ya antes había sucedido.
De manera que simplemente, cubrió su carita con las cobijas, porque tal vez así, no escucharía tanto sus quejas, ni su dolor.
Al otro día, la niña se levantó muy temprano, y lo primero que hizo fue ir a ver a su madre, la puerta de la habitación estaba abierta, su madre en la cama, media descobijada, dándole la espalda a la puerta, inmóvil.
La niña la rodeó, para ver su rostro, tenía los ojos cerrados, estaba pálida, parecía que no respiraba, entonces la niña la sacudió con todas las fuerzas que ella podía tener, hasta que el cuerpo de la mujer terminó por darse la vuelta, dejando al descubierto aquellas manos, carcomidas por el aire, o cualquier otra cosa, como si se hubiera quemado, y empezado a podrir en una sola noche. La pobre niña estaba muy confundida, sabía que eso no era normal, que su madre no estaba bien…
¡Mamá, ¿qué te paso? … dijiste que ibas a estar bien! – dijo llorando – pero no importa, yo te cuidaré, estaré aquí hasta que te despiertes.
Murmuró la pequeña, secándose las lágrimas, y sentándose en una sillita que encontró cerca.
Entonces el chimpancé con recelo, se acercó a la copa de aquel árbol, y dejó caer dos que tres frutas de allí.
El leoncito, muy agradecido, le dedicó a su obligado cómplice una mirada amigable, tomó la fruta entre sus pequeñas patitas, la olfateó, su aroma era delicioso para él, abrió sus cortas fauces, y le dio un mordisco.
En cuanto sintió su sabor, se dio cuenta de que le encantaba, y que solo con esto podría saciar su hambre a diario, no se cansaría nunca de ese sabor, y de ese olor.
Continuará...